Cada comienzo de año despierta en casi todos un sentido de vitalidad y novedad, de posibilidades. Aquello de “año nuevo, vida nueva” parece hacerse realidad y las oportunidades se sienten al alcance de la mano.
Es buen momento para nutrirnos en esa corriente renovadora y dejar atrás los patrones mentales, emocionales y físicos a los que estamos atados y que hacen de nuestra vida la repetición de unos pocos argumentos. Para dar cauce cierto a esa nueva vida que presentimos podemos utilizar cuatro estrategias de resultados garantizados: volvernos la definición, aprender a elevarnos, volvernos fluidos y volvernos holísticos.
VOLVERNOS LA DEFINICIÓN: es dejar de delegar en las circunstancias, en causas anteriores o en los demás las características generales y particulares de nuestra vida, es asumir en primera persona la definición de nuestro existir. Es también tomar la autoridad propia y determinar el modo y la dirección en que nuestros actos y esfuerzos se orientan; y alude a la nitidez con que estamos en el mundo.
Ser la definición de nuestra propia vida empieza a suceder con naturalidad cuando asumimos que la vida no es eso que sucede afuera, que nos empuja en una dirección y otra y nos condiciona constantemente. Es al revés: vida es eso que está dentro nuestro, que nos anima, que desborda al cuerpo físico y a todo hábito emocional y mental; cuando damos cauce a esa fuerza todo lo externo es influido y condicionado por nuestro Ser, y la vida toma dirección cierta.
Ejercitamos esta dirección de vida de dentro a fuera cuando dejamos de ocuparnos de “caer bien” o “caer mal”, de tratar de “ganar la amistad o el favor de los demás” y hacemos la diferencia en el mundo. Esto no supone una forzada y permanente búsqueda de protagonismo y originalidad a toda costa, sino la manifestación de nuestro ser único e irrepetible; supone la autenticidad del corazón y la audacia optimista del ánimo.
Grabamos en nuestros circuitos neuronales y dinámica mental esta renovadora actitud cuando hablamos transmitiendo intención; dejando de lado los “tengo que”, “debo”, e incorporamos los “quiero porque”, “necesito porque”. La nueva forma de estructurar nuestro lenguaje hablará claramente para nuestros propios oídos, y nos comunicará asertivamente a los demás. Podremos orientar cada vez mejor los actos no por el azar y la obligación, sino por nuestra intención vital.
En este ser la definición de la vida nuestra personalidad suele presentar las primeras dificultades, ya que como resultado fijo de patrones de conducta, sentimientos y pensamientos nos aliena del vivir directo, como dice J. Lacan. Pero no es luchar contra la personalidad ni intentar “mejorarla” lo que va a transformarnos, sino el dejarla atrás, pasando de acciones condicionadas por la personalidad a acciones dirigidas por nuestros propósitos.
S. Chandler propone como medios de hacer lugar a los propósitos el cambiar nuestra conducta de lo reactivo a lo creativo, dejar de distraernos-escondernos detrás del “no sé cómo” y buscar activamente la vía para hacer lo que queremos, y dedicar menos tiempo a evaluar pros y contras y tomar una vía que valore más la elección como manifestación de los propósitos.
Una antigua máxima, reformulada contemporáneamente por A. Einstein, afirma que un problema no puede resolverse en el mismo nivel en que se generó porque justamente en él es un problema; esta es una forma simple de comprender la profunda transformación que se produce en la vida al APRENDER A ELEVARNOS.
Esto es así en todos los aspectos de la vida: los problemas relativos al conocimiento requieren superiores conocimientos para ser resueltos, los emocionales necesitan contenidos y dinámicas superiores, y los de relación con los demás o el mundo natural que sólo son solucionados desde otro nivel de recursos o habilidades. Hasta el insight que busca la psicoterapia es la comprensión de los sucesos vitales desde una perspectiva superior.
Solemos usar la metáfora de que alguien o algo “tiene vuelo” o es “de alto vuelo”, pero poco reparamos que “Elevarnos” es una forma de decir que necesitamos alejarnos de la mediocridad, “de la bandada de la comida” como hacía Juan Salvador Gaviota. Una de las interpretaciones simbólicas de la cruz cristiana es la que muestra la vida cotidiana, la que se mueve en la tierra (el crucero horizontal, como es nuestro horizonte) encontrando la escala espiritual que va de “lo bajo” (lo rústico) a “lo alto” (lo divino) en su parte alta. Aprender a elevarnos es desarrollar la capacidad de trascender cotidianamente nuestras propias limitaciones y pequeñeces, es remontar poderosos en las alturas humanas.
VOLVERNOS FLUIDOS es estar siempre presentes. Es mantenernos inmersos en lo que estamos viviendo relacionándonos con ello de forma espontánea porque “una vida plena es una creación individual que no puede ser copiada de recetas”, tal como dice M. Csíkszentmihályi. Habitualmente estamos atrapados en nuestra mente conceptual, planeando, comparando, juzgando, recordando; pocas veces conectamos nuestro Ser con la naturaleza esencial de la vida y como un arroyo de montaña nos mantenemos siempre en movimiento, siempre cristalinos, hacia la consumación de nuestro destino, porque nunca hay obstáculos sino nuevos caminos.
Meditar regularmente asegura el despertar de nuestra espontaneidad profunda, de la natural sabiduría de nuestra esencia. No son necesarios largos períodos ni elaborado ritualismo; sencillos momentos de aquietamiento y suspensión temporal del ego obran maravillas en nuestra vida y en el mundo a nuestro alrededor.
Aprender a fluir es aprender a vivir con la incertidumbre y la ambigüedad. Queremos que todo sea blanco o negro y saber lo que es bueno o malo para tener referencias fijas que nos den ilusión de continuidad, de seguridad. Pero la existencia está llena de matices, nosotros mismos albergamos contradicciones y aspectos indefinidos que a veces negamos, a veces reprimimos. Vivir en plenitud requiere aprovechar todos los vientos, resolver todos los climas.
El mismo maravillamiento ante el universo, o el anhelo de renovarnos, nos pone frente a lo desconocido, a lo incierto, a lo que va aclarándose sólo a medida que lo experimentamos. Por eso todos los líderes son capaces de convivir y manejar ambigüedad e incertidumbre, porque es la única forma de reunir lo diferente, de saltar por sobre el abismo que existe entre lo que se repite mecánicamente y las nuevas formas. Elevarse, de lo hablábamos hace un instante, es también alzarse hacia ese territorio desconocido; animarnos y saber relacionarnos con lo diferente, nuevo e incierto abre el horizonte de nuestra vida hacia espacios antes ni siquiera soñados.
Finalmente VIVIR HOLÍSTICAMENTE es aceptar que no todas las causas y efectos están a la vista, que siempre hay algo más, que la vida y nosotros como parte de ella, no puede ser reducida a un sistema mecánico y simple ¿Qué mayor insensatez que pretender abarcar todas las causas y controlar todos los efectos?
Vivir holísticamente no es tener más información, más ideas o una concepción refinada; es comprender que no podemos separarnos de la vida, ni separarla a esta en partes e intentar comprenderla analizándolas.
Holístico viene del Griego “holos”, entero, total; vivir holísticamente es cobrar consciencia de que nuestra salud no está segmentada en física, mental y espiritual sino que es un todo funcional; que nuestro destino como individuos no está separado del de nuestro medio natural y social, ni estos del planeta en el que vivimos.
No se trata de adoptar una posición dulzona que pendula entre la indolencia y la ingenuidad, sino de volvernos protagonistas de la existencia, de asumir responsabilidad de nuestro destino individual y común.
Foto de Son of Groucho (Algunos derechos reservados), via Flickr