Todos sabemos cuando
estamos felices y cuando no lo estamos, y querríamos mantener tal estado aunque
en el fondo dudamos que sea posible hacerlo permanente. Tenemos también la idea de que la búsqueda de
la felicidad es un derecho irrenunciable del ser humano y podríamos hacer un
rápido balance de nuestra vida asignándole diferentes grados de felicidad.
Lo que no solemos
tener muy claro es qué es la felicidad. Si en este momento hacemos el ejercicio
de definirla… posiblemente nos encontraremos repitiendo algunas frases hechas,
tratando de describir sensaciones o recurriendo a retazos de filosofías oídas
por ahí. Más aún si intentamos llegar con otros a un acuerdo sobre qué es la
felicidad; terminaremos amontonando ideas sueltas sobre las que estaremos de acuerdo
sólo porque el tema es grato. No hay ningún inconveniente con ello, excepto que
la situación nos muestra lo azaroso de nuestra relación con algo tan valioso, y
que es difícil alcanzar algo que no sabemos del todo con certeza qué es.
Como señala Osho si
estamos dormidos en la rutinaria existencia, domina la materia, domina el
factum del cuerpo, y felicidad se equipara con placer. Cuando satisfacemos los
deseos del cuerpo obtenemos placer y asociamos eso con la felicidad.
Este es el primer
escalón, un estadio primitivo de relación con el mundo, y por cierto una
situación de esclavitud pues dependemos de lo que nos proporciona placer.
Además el placer es básicamente momentáneo porque es el estímulo agradable de
los sentidos o la descarga de una tensión, la necesidad de algo que está allí
afuera va acumulándose en mí hasta que logro satisfacerla; la tención se
descarga y obtengo placer. El placer nace de nuestra necesidad de comida, de
sexo, de abrigo, de descanso y se satisface directamente a través del cuerpo o por
sucedáneos de él; a veces agregamos algunos refinamientos, pero sólo de eso se
trata.
Nada malo hay con el
placer, excepto que está indisolublemente unido al sufrimiento porque el placer
cesa y sufrimos, o porque no logramos descargar la tensión; o porque tal como
lo describe Silo el placer y el sufrimiento nacen del deseo, y mientras más se
moviliza este más rápido placer y sufrimiento se suceden; “Si persigues el
placer te encadenas al sufrimiento” reza parte de uno de los principios de la
acción válida, pero el problema no está en el placer como algunos han
pretendido hacernos creer, el problema está en encadenarse a él, el problema
está en ponerlo por delante y encima de todas las cosas y de todas las personas
deshumanizándolo todo y volviéndolo objeto de uso.
Cuando estamos más despiertos estamos más presentes en nosotros mismos y más libres de los
dictados del entorno. Es en este ámbito interior donde aparece la felicidad. En
Español “felicidad” es el ánimo complacido por la posesión de un bien, el
contento que surge de esa situación. La felicidad está en el terreno de lo
psicológico, no está tan atada a lo externo ni al instante como el placer y nos
enriquece con optimismo y libertad. La felicidad nos da alas, nos impulsa al
movimiento, a la búsqueda de más horizonte.
Como estamos en el
terreno de lo anímico, de lo subjetivo, las definiciones y aproximaciones a la
felicidad varían tanto como el mix de cultura e individuos, por lo que diferentes
serán los bienes y las relaciones de posesión que generen felicidad. Así encontraremos diferentes “calidades” de
felicidad, desde una mundana y superficial a otra profunda y duradera; el ego aún
juega un papel significativo en la felicidad.
Hay otro estado que
está más allá del ego, la alegría, que en Español se define como sentimiento
grato y vivo, animado. La alegría es ya
un estado totalmente interno, es un contento vital que desborda desde nuestro
interior hacia afuera por cada vía posible, pensamientos, emociones, actos,
nuestra expresión, nuestra salud.
Podemos decir que la
alegría es una manifestación de nuestro espíritu que ya nada tiene que ver con
sucesos, personas o condiciones externos; la alegría ya no es un estado de
excitación, sino un regocijo profundo, sencillo y brillante. En la alegría hay
paz, hay eternidad y significado de la vida; estamos ya en el terreno de las
experiencias vitales profundas pero inefables.
El siguiente paso
ascendente es la dicha, la comunión con la corriente de la vida, con el
Universo, con Dios. En nuestra cultura los santos y místicos cristianos repetidamente
han descripto este estado como un contacto directo y vivencial con Dios; es lo
que en otras culturas se conoce como Nirvana, comunión con el Tao, o como algunas
definiciones de Satori. La dicha es la liberación suprema del ser, “El alma se
desliza suavemente dentro la divinidad que ama” dice San Francisco de Sales.
Una de las vías de realizar
el proceso ascendiendo hasta la dicha es la meditación en la que deteniendo el
parloteo de la mente las permanentes demandas del cuerpo y las distracciones
superficiales entramos en el silencio y hacemos que nuestro ser entre en
comunión con la existencia trascendente.
Cuando propusimos
algunas guías para renovar y dar brillo a nuestra existencia señalamos la
necesidad de aprender a elevarnos. Comprender el camino que va del placer a la
dicha, tener registro de cómo se manifiesta cada peldaño en nosotros, es tener
un valioso mapa. No importa dónde nos encontremos a cada instante, si sabemos
dónde estamos y cuál es el camino la marcha se hace más sencilla y el corazón
logra certeza y entusiasmo.
Cuando Buda dijo “Existe
el placer y existe la dicha, renuncia al primero para poseer la segunda” no
estaba oponiéndose al placer, estaba señalando el punto de partida y la
culminación del viaje hacia el despertar humano. Es un camino que está abierto
a todos, aquí y ahora.
Foto de Ted Chi (Algunos derechos reservados)
Foto de Ted Chi (Algunos derechos reservados)